martes, 12 de octubre de 2010

Un adiós a todos y dos te amo...

 Que no se eleven las nubes de polvo en el cielo. ¿Qué pasa? Hasta hace cinco segundos la noche se anunciaba tranquila, ahora las notas de una catástrofe intoxican el ambiente con sus gemidos color vejez.

Miro hacia la extensión de cielo que se me donó este anochecer, miro a mis amigos, y no comprendo, ¿qué está pasando? De pronto las nubes dejaron de existir, las risas y las bromas sonaron distantes. Algo tiñó el cielo con un resplandor desesperante.

Subo a mi vehículo preocupado, mientras tanto, todos me miran extrañados. No termino de encender el motor cuando de pronto la tierra empezó a lanzar sonidos guturales, los pigmentos del aire olieron a rosas y sangre a la vez, con terror pensé en alejarme de ese bar.

Aceleré muy asustado cuando de pronto un poste cayó sobre el parabrisas dándome un par de vidrios en la nariz y la mejilla derecha.

Salgo corriendo y veo que todo lo que atrás había parecido sencilla y despreciablemente divertido por unos instantes, ahora se había tornado estúpido, ahora volvía a mirar y ya no habían risas sino caras de aturdimiento, la estupidez colectiva se había adueñado del grupo con el que compartía, todos se miraban con los ojos casi desorbitados diciendo groserías y tratando de comprender también lo que hacía tres minutos me estaba preguntando yo, ¿qué diablos estaba sucediendo?, por efecto de la preocupación no supe que contestarme pues tampoco conocía la respuesta, así que en la fracción de segundo que me tomó pensar aquello simplemente di la vuelta y empecé a correr.

Ningún paso parecía aterrizar sobre la pista, todo me parecía salido de un cuento de terror, sólo necesita correr dos calles más y doblar, luego de eso el camino sería más despejado, pero me costaba trabajo avanzar si quiera un paso más. En ese momento me sentí más compungido que nunca, las cosas no resultaron como las esperé, al parecer la noche no terminaría de forma divertida.

Teniendo este y mil pensamientos tontos más seguí avanzando como pude. Las cosas no iban mejorando, porque si bien mi vehículo bloqueó parte de la pista aún habían algunos a los cuales las paredes que caían o los objetos pesados no pudieron dañar sus autos o camionetas. En ese instante escuché bocinas de todos lados, me martillaban los oídos, tuve que saltar hacia la vereda en el preciso instante en que un auto me golpeó la pierna derecha, haciéndome gritar de dolor. No había nadie para ayudarme.

Me levanté como pude y cada paso era un tormento, parecía que tenía muy magullada la pierna. Cuando ya me faltaba sólo una calle los oí, gritos de desazón de las personas que no podían salir de sus casas, niños que se les oía toser por el polvo en el ambiente, y a lo lejos, parecía que el mismísimo diablo se reía a carcajadas.



No supe en qué momento paró el terremoto. Yo ya había pasado el banco de esa calle hacía unos minutos, cuando volteé a ver todos los vidrios del local se encontraban regados en pequeños trozos. Ahora las quejas me acompañaban a donde iba,  una mueca de pena llevaba mi cara como insignia cuando se reflejó en otro auto aplastado por el semáforo de la esquina.

Cuando doblé la calle comprendí que era sólo el inicio de mi infierno de aquella noche. Había varias persona en el suelo regadas, con las extremidades raspadas, magulladas o simplemente rotas. Gente que quedó con la misma expresión de susto antes de morir. Aquello era insoportable, distinguí algunos conocidos entre los muertos de la pista. Algo me decía que esto no era un sueño. Casas semidestruidas y gritos de personas que rogaban a alguien que pasara les permitiera salir de su prisión de muerte. 

Personas que, como yo, aún seguían caminando, llamaban a gritos a sus familiares y seres amados, sin que hubiera respuesta alguna más que gritos de otras personas que buscaban. Llantos de madres, de padres, gemidos de hijos e hijas, y el ambiente que sabía a muerte y a ganas de saborearla por fin.

Esta vez mi camino era más largo, requería correr cinco calles más y luego doblar hacia la izquierda. Esta vez se me había olvidado el dolor de la pierna, tantas cosas podrían estar pasando en casa. Mi hija preguntando que pasa y llorando, mi mujer asustada esperándome.

Seguí intentando correr solamente para darme cuenta que ya casi no sentía la pierna, llegue cerca de un billar donde había empezado a jugar en las vacaciones pasadas, los dueños estaban dentro, muertos, el techo les había caído encima y su hijo se limitaba a llorar tratando de despertarlos, sin importarle si las paredes le caían encima.

Me arrastré otro tramo más con indignación, no podía demorar más. Pasó otro amigo corriendo, y me dijo que su casa se había caído, se lo había contado un vecino. Toda su familia estaba a salvo, excepto su madre. Ahora nada se podía hacer. Se alejó corriendo y algo me dijo que no volvería a recuperarse si todo esto acababa, no me preguntó qué hacía, porqué con todo cayéndose no me levantaba del suelo, se fue y a los lejos oí una risa frenética, era la suya.

Mientras ocurría esto noté que había gente metiéndose a las cosas, hombres con armas, y al poco rato, más gritos.

Encontré un palo en el suelo, que logró ayudarme para apoyarme, cuando me enderecé la pierna noté que algo pegajoso se había quedado en mi mano. Logré avanzar media calle más para casi ser aplastado por una pared.

En dos segundos pasó algo extraño, de pronto el mundo se vino a bajo, escucha una milésima de segundos antes un chirrido, cuando me vi cuenta mi cara estaba aplastada de modo extraño contra el suelo, me di cuenta que tenía la nariz rota, y con el mundo al revés noté que un auto se alejaba. De pronto, ya sin ninguna clase de esperanza, abrí la boca para gritar y mis dientes cayeron en grupo a la pista. Cuando giré como pude mi cuerpo me di cuenta que tenía rota las dos piernas. Miré hacia el cielo, que tenía la misma nota de ironía, el ambiente seguía oliendo a rosas y sangre.

Pudo haber pasado  medio minuto o media noche, de pronto escuché a mi hija.

-Papito, papito, ¿qué tienes? levántate -me dijo casi llorosa.
-Amor, mírate como estás, qué vamos a hacer -me dijo mi esposa.
-No te preocupes, bebé, déjame aquí, ¿dónde están todos? -dije.

De pronto note la hinchazón en sus ojos por el llanto.
-Todos han muerto, las paredes no resistieron y he visto a tu hermana cuando ya se estaba ahogando.
-Papito, levántate, vamos rápido.

De pronto caí en la cuenta que esto no podía ser realidad, la quedé mirando por unos momentos.
-¿Qué piensas hacer?
-Yo salí a buscar a mi familia, espero que todos estén bien, amor, lo siento mucho.
-No te preocupes...

Los gritos se seguían oyendo alrededor nuestro y de pronto de mis ojos brotaron lágrimas, todo había sido por ellas, sin embargo el nudo que se hizo en mi estómago no me hubiera permitido levantarme, así hubiera estado con las piernas en buen estado.

-Amor, ¡Amor...!
-¿Qué? Qué pasó...
-Amor aquí va a pasar algo peor si no nos vamos...

En ese momento mi hija corrió hacia la vereda porque vio mi celular tirado en el suelo, todo pasó en cuestión de segundos, mi esposa corrió a traerla justo cuando la pared se les venía encima, y mientras en cámara lenta estiré el brazo para advertirle, lloré, lloré como no había llorado en toda mi vida, llore por todos los gritos que había escuchado en mi transcurso hasta aquí, lloré por todas aquellas personas que estaban siendo robadas y violadas en ese momento.

Mientras la pared alargaba su sombra sobre mí pude ver la cara de ambas, que se me quedaron grabadas como una cicatriz en mis ojos, mi hija con su cara de no saber dónde estaba y ella también con una lágrima saliendo de sus ojos, diciéndome adiós y un "te amo".

Volteé los ojos hacia arriba aún mirándolas en mi mente, y deseando que la pared se apurara más, hubiera preferido morir antes que verlas así, a pesar de todo aún era un cobarde. Mientras sentí la presión en el cráneo, la muerte me dio el tiempo suficiente para también poder decir adiós a todos y dos "te amo".