Una niña sentada en un columpio gastado por el óxido del olvido. Sus manos manchadas de algo con olor a cansancio.
Recuerdos de unos juguetes rotos y regados por el suelo, el suelo con aspecto polvoriento y viejo.
Una muñeca despeinada y con los ojos celestes mirando hacia un rincón infinito, un caballito de madera con la crin cubierta de betún seco, un títere sin cuerdas sobre una pequeña silla de mimbre.
Balanceándose en su asiento en el columpio ensucia cada vez más las blondas de su vestido blanco preferido, sus pequeños botines marrones combinaban con el lodo gris en sus medias húmedas por la lluvia.
Reminiscencia brumosa de las noches con la ventana abierta, el viento helado levantando las cortinas, aliados de la mirada siniestra del payaso sentado al lado del armario, de su mirada loca, del crujir de la madera y de las voces imaginarias del otro lado de la puerta, aliados en su éxito al ponerle la piel de gallina.
Los años pasan con crueldad y se terminaron los intentos de recuerdo, solamente quedando los retazos de un futuro incierto. Los animales de peluche poco a poco fueron cayendo debajo de su camita rosa. Ahora se veía por doquier elementos de maquillaje barato para resaltar su atractivo, huellas en el tiempo, sombre de su antigua belleza, ropa pequeña y atrevida asomaba por su roperito blanco.
Nuevamente pasa el tiempo arrastrando y rasgando consigo el último pedazo de esperanza aferrada con determinación a las intenciones absurdas color de sus ideas de pequeña.
La habitación con el mismo empapelado de nubes y la misma tristeza del inicio de los días mortales.
El espejo por el que tanto le gustaba mirarse le devolvía ahora unos ojos burlones de su suerte, y al revolver un poco la vista por el aposento visualizó dos pequeños, un niño y una niña, el hijo de su esposo y la hija bastarda de su primer amor, la cual correrá su misma suerte de princesa de nostalgia.
Sus ojos amoratados de tantos golpes y el rostro por completo demacrado de tanto cansancio de tristeza, de tanta falta de amor y seguridad.
Mirando hacia el infinito del cielo estrellado vuelve la vista hacia un lado del espejo viendo la foto desteñida de su padre muerto cuando era una niña...
Una lágrima corría por los ojos de la madre, cuando volvió a mirar el columpio venía su esposo con su hija en brazos, sonriendo ambos con una paz y alegría sin igual tatuados en sus corazones y dibujados en sus caras.
Ella mientras tanto mira las nubes y al ver que la lluvia se detiene les devuelve la sonrisa.