miércoles, 1 de abril de 2009

Nada grita más fuerte que el silencio

Las peleas se han vuelto insoportables,
las cosas que oigo de sus labios
no me permiten seguir hacia adelante,
algo me nubla la mente,
quedarme aquí es un peligro constante.

Necesito caminar,
quiero respirar,
pues nada odio más
que este inútil silencio.

Escapar de este infierno
no puedo, no puedo...
No puedo seguir viviendo
y las cosas que me vienen a la mente
parecen nada más que un recuerdo.

Ayer por la noche volví a verla llorar
mis manos no la quieren volver a tocar,
el dolor de ella es tan grande
que las cosas y el mundo entero
se me posan delante.

Esta noche llegué tarde,
nada malo hacía,
pues se ve que sé escribir poesía.
Y un poeta tiene las manos benditas.

Sin embargo esta noche,
a pesar de tanto reproche,
discutimos otra vez,
sus uñas de nuevo rasgaron mi piel...

Me levanté del suelo
la miré con resolución,
había perdido la razón,
las cosas no tiene solución.

Nada pesa más que un golpe al alma
las cosas no tienen calma
cuando levantas la voz,
y porque eres tú
es la única razón de que no te haya abandonado.

Empezó con un empujón,
hoy tus gritos de dolor
son mi maldición.
Necesito respirar,
necesito aliviar esta quemazón
que siento en el corazón.

Cuando llegué no te podías levantar,
los golpes que te di
te dañaron hasta gritar,
ya no sé que decir,
¡discúlpame!,
pues te amo a mi pesar.



Ha pasado un tiempo,
las cosas siguen igual,
ahora más que nunca
quisiera renunciar,
pero la verdad no puedo,
soy un cobarde sin igual.

Y nada pesaría más
que tu ausencia,
que esta habitación
sin tu olor y tu gritar.

Ahora disfruto de tu dolor,
tus gemidos y gritos
me llevan a pensar
que solamente necesito
el sabor de tu pesar.

Me gusta el sabor de tu sangre,
me excito sin igual,
y hasta que hagamos el amor
no voy a parar...
Te amo, aunque no sé la razón...

Al levantarnos a la mañana siguiente
las cosas siguen tan igual,
luego de los golpes
tu cuerpo me hace vibrar.

Pero no puedo olvidar
que esta mañana parece necesitar
algo más de sangre,
algo más de impiedad.

Llevo ocho días con esa duda
la verdad, aunque sea cruda,
me tiene sin hablar.
Este noche no peleamos,
me dejé golpear.

Ha llegado el día, te necesito,
tu cuerpo sin vida,
tu alma perdida,
te necesito.

Nada importa ya,
de nuevo empiezas a gritar.
No te comprendo,
solamente pienso en matar.

Miro tus ojos llorosos,
no entiendo,
no sé que pensar...

Allí vienes de nuevo,
con los brazos en alto,
llorando, llorando...

Nada pesaría más
que tu vida de nuevo
recorriendo mi guarida,
no tengo que soportar más.

Te miro a los ojos,
camino hacia ti,
tienes miedo, lo sé,
pues has calmado tu enojo.

Quién sabe como se verá
mi cara distorsionada
por el odio que saldrá,
ahora estás tirada.

El golpe no fue suficiente,
ahora que lo pienso,
nada me excitó más
que ver gemir a un casi muerto.

O una casi muerta,
debiera decir,
pues al darte en la cabeza,
las heridas abiertas
y tu desesperación
dejaron paso a mi excitación.

Y mientras te desvestía
con insana perversión
no pude evitar sentir
que mi locura
mascaba fuerte mi corazón.

Mientras con tus piernas
me empujabas hacia ti
no pudiste sentir
mis verdaderas intenciones.

Las razones que tomé
para poseerte de esta manera
no las conoce ni mi alma,
gimes como una ramera
mientras te meto la muerte entera.

Una ves terminado
notaste que seguía golpeando,
tus uñas rasgaron la pintura,
ahora estás asustada, ¿o no?
estáte segura.

Te dejé ir, esta vez,
para acumular diversión,
no hube de ver entretenimiento
en matarte sin previsión.

Por ello te lo dije
y tus ojos se agrandarón,
las lágrimas de nuevo brotaron
y mientras corrías con tu cuerpo
desnudo y amoratado,
las cosas no cambiaron,
todo estaba determinado.

Ahora gritabas, pero aún así
las cosas no habían terminado.
Tome un martillo, y lo pensé,
mejor sería la sangre en un cuchillo,
un simple ataque y todo finiquitado.

Así sucedió, mientras buscabas tu ropa,
perdiendo el tiempo tontamente,
la sombra en el cuarto aparecía continuamente,
una sombra atormentadora, inquietante.

Cuando llegué con mi cuchillo
estabas en sostén y yo en calzoncillos,
te retorcías en el suelo,
mientras clamabas ayuda al cielo.

Las cosas no cambiaron, de nuevo,
caminé hacia ti sin remordimientos,
empujé la hoja hacia tu seno.

La sangré empezó a brotar,
se terminaba mi sufrimiento,
ahora todo sería silencio,
como en mis sueños, en mis pensamientos.

Una vez di la espalda
algo se paralizó en mi cuerpo.
Era mi corazón ahora muerto
que vivía para ver morir su sufrimiento.

Caminé lo más que pude
para tenerte cerca de mí,
ahora comprendí
el motivo de todo esto.
La muerte viene hacia mí,
rie y me mira con detenimiento,
¿le parecerá divertida mi partida
después de tanto sufrimiento?
El amarte me llevó a esto,
ahora estamos juntos
a pesar de tantos malos sentimientos.
Espérame donde estés,
para volver a darte sufrimiento.
Es lo que te mereces
por hacerme sentir esto,
espérame que por ti iré.

Nada grita más fuerte
en el silencio,
que la espera de un corazón
que se dio por muerto.

4 comentarios:

Silderia dijo...

Bonito poema de amor, tortura y muerte, me gusta.

Ignotus dijo...

Que bueno que te haya gustado, de escritor a escritora considero mucho tu opinión, gracias.

Silderia dijo...

Solo soy una aficionada en este tema, aunque intento hacer mis pinitos.
Lo importante es que tu creas en lo que haces

Ignotus dijo...

Reiteradas gracias.